Reconozco que la vida no gira en torno a mis propios planes ni a lo que deseo lograr. Se trata de los planes de Dios y de lo que Él busca realizar en y a través de mí. Dios me invita a usar la sabiduría y el conocimiento que me dio para planificar, fijar metas y avanzar con propósito. Él desea que diseñe mi camino con inteligencia, pero siempre bajo su dirección. Entiendo que no todos mis sueños son correctos ni todos mis proyectos reciben su bendición. Por eso, busco identificar qué tipo de planes agradan a Dios, aquellos que reflejan su carácter y propósito. Cuando aprendo a alinear mi voluntad con la suya, mis pasos adquieren sentido y dirección. La pregunta clave que me guía siempre es: ¿honra este plan a Dios y refleja su amor en mi vida?
Empiezo cada proyecto preguntándome si ese plan honrará a Dios. Todo propósito que me acerque más a Él, que fortalezca mi obediencia y servicio, se convierte en un buen plan. En 1 Corintios 10:31 encuentro una guía clara: “Sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios”. Puedo realizar cualquier tarea cotidiana con esa intención: sacar la basura, lavar los platos o emprender un negocio, siempre pensando en cómo honrar su nombre. Cuando mis decisiones reflejan gratitud, humildad y fe, incluso las acciones simples adquieren valor eterno. Así, mi vida se transforma en una expresión constante de adoración práctica. Cada paso, palabra y proyecto se convierten en una oportunidad para glorificarlo con integridad, coherencia y alegría.
Comprendo que Dios no bendice planes impulsados por la codicia, la competencia o la envidia. Un corazón movido por el ego no puede recibir su favor. Sin embargo, cuando planifico con amor a Dios y a las personas, mis decisiones florecen bajo su bendición. En 1 Corintios 16:14 se nos recuerda: “Hagan todo con amor”. La esencia de la vida es aprender a amar profundamente a Dios y al prójimo. Si diseño metas sin amor, convierto a las personas en medios para alcanzar fines egoístas. Esa actitud destruye relaciones, debilita matrimonios y lastima amistades. En cambio, cuando el amor guía mis proyectos, siembro respeto, colaboración y armonía. Dios se complace cuando el amor se convierte en la raíz de cada propósito, porque solo desde el amor nacen los frutos verdaderamente duraderos.
Reconozco que los planes que agradan a Dios exigen fe y dependencia total de su poder. Un proyecto que puedo realizar únicamente con mis fuerzas carece de su sello divino. En Proverbios 16:9 está escrito: “Podemos hacer nuestros planes, pero el Señor determina nuestros pasos”. Esta verdad me enseña que el éxito no depende solo de mi habilidad, sino de mi disposición para confiar. Cuando mis metas me impulsan a orar más, a esperar en Él y a rendir mi orgullo, se convierten en caminos bendecidos. Dios disfruta ver cómo su hijo avanza con valentía y humildad, consciente de que cada logro proviene de su gracia. Depender de Dios no me debilita, me libera del estrés y me permite avanzar con paz, sabiendo que Él dirige mis pasos.
REDACCIÓN REVISTA EL ORADOR
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