Grand Rapids, Michigan. 22 de octubre de 2021.- De acuerdo con estudios estadísticos recientes en los Estados Unidos, uno de cada dos personas identificadas como creyentes y cristianos no practica activamente su fe. No la vive. Eso se aprecia tanto en creyentes de fe identificada como evangélica como en aquellos que se identifican como cristianos no evangélicos. De manera peculiar, el estudio refleja que es más probable que los asuntos de la fe cobren mucho mayor relevancia entre las personas de mayor edad: «La generación Z, de por sí menos inclinada que todas las generaciones anteriores a considerarse religiosos, tienen menos representación entre los “cristianos que practican su fe… Los millennials y la generación X conforman cerca de uno de cada cuatro de quienes se consideran cristianos practicantes…» (ABS: The Bible in the American Church, p.153, 155). No sería raro que, aunque el estudio se hizo en los Estados Unidos, las cifras sean muy parecidas a lo que la iglesia vive en Iberoamérica.
La desesperante paradoja del día de hoy es que, en un tiempo en el que tenemos más acceso que nunca en la historia al mensaje de la Biblia y a la experiencia transformadora del evangelio de Jesucristo, es también el tiempo en el que menos se lee la Biblia y menos se entiende la fe. Por supuesto, si no se lee y menos se entiende, ¿cómo esperamos que se practique? ¿Cómo esperar que se viva?
En más de una ocasión, el Señor Jesús describió con claridad nuestra identidad como creyentes. En un sentido, esto también reflejaba sus expectativas de nuestra presencia en este planeta: «Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa». (Mt.5:13a, 14, 15).
La lectura de la Biblia y su estudio son quizá la más deliciosa responsabilidad para todo creyente que se identifique como cristiano, como discípulo o seguidor cercano de Jesucristo. Pero igualmente es un sublime y altamente satisfactorio esfuerzo: «El objetivo de estudiar las Escrituras no es únicamente equipar al creyente para que repita sus palabras; es equiparlo para que comprenda el sentido preciso de sus palabras [y] la verdad que las Escrituras proporcionan. Surgiendo de la Biblia en todas sus formas —ya sea historia, profecía, poesía, narrativa o instrucción— está la verdad proposicional, la doctrina definitiva escrita por el Espíritu Santo que llega a ser el marco tanto de la teología cristiana como de la vida cristiana» (John MacArthur, Doctrina cristiana esencial, p.11). Esta vida cristiana debe sin duda reflejarse en sus grandes interacciones cotidianas: nuestra relación con Dios, nuestra propia formación espiritual (una especie de detonador de cambios en nosotros mismos) y, lo que será un detonador de cambios en nuestro entorno, en nuestra área de influencia y, con el paso del tiempo, en nuestra historia: nuestra relación con los demás.
Información Suministrada por Editorial Portavoz, tomada del libro: Doctrina Cristiana Esencial