Como seres humanos que somos, débiles y vulnerables, con mucha frecuencia tendremos que enfrentar asuntos de conciencia: ¿Hago esto o no? ¿Y si se enteran? Es decir que nuestra gran lucha sucede en lo secreto.
Me impactaba el cuadrito que Luis Palau, con quién trabajé hace algunos años, tenía en su oficina. Allí se podía leer: “La vida en secreto es el secreto de la prosperidad espiritual”. Todos tenemos una vida en secreto que no conoce nadie, solo nosotros…y Dios. Y las decisiones que tomemos en ese mundillo oculto marcará el grado de nuestro
compromiso con el Señor. Como reza el cuadrito de Palau esos valores, esos principios que cultivemos en lo oculto serán el secreto, la clave, la llave de nuestra prosperidad espiritual o nuestra
decadencia.
Un amigo y hermano en Cristo fue a cortarse el cabello y la peluquera, una muchacha joven y muy bella, lo invitó a salir. Su respuesta fue: “Yo nunca he engañado a mi esposa”, no alcanzó para persuadirla porque la mujer insistió.
Me contó él que tuvo una lucha interna muy fuerte, pero que pudo optar por el mejor camino. Y tomó una sabia medida: nunca más regresó a ese lugar.
Otro ejemplo: Una familia de creyentes compraron una casa antigua a un matrimonio de personas muy ancianas. En uno de los tapa rollos de una ventana encontraron un frasco de metal oxidado lleno de miles de dólares. ¿Cómo debe actuar un cristiano en esa situación? Otra vez se desata la batalla interior, la lucha oculta.
“Ahora la casa es mía, esto ya me pertenece”, le dictó la carne. “¿Le vas a robar los ahorros a esos
ancianos…? ¿Estás seguro si son de ellos…?”, lo confrontó la conciencia.
Decisiones que deben tomarse en lo secreto y que de acuerdo a cómo se tomen traerán bendición o derrota a nuestras vidas. Son situaciones que solo nos ofrecerán
dos caminos: uno es el que agrada a Dios. Ese duele, cuesta, tiene un precio. El otro es el que satisface los deseos ilícitos y egoístas de nuestra carne. El mundo grita: “¡Si te da placer hazlo!” Como estudiantes
hemos sido tentados para hacer trampas , como comerciantes seremos inducidos a llamar “bueno” a lo “malo”. Como maridos nos veremos tentados a una aventura amorosa y aún como evangelistas o pastores sentiremos la inclinación a “inflar” las cifras para mentir que tenemos más gente y somos más exitosos.
¿Qué dirección tomaremos: hacia los resultados o hacia las consecuencias? No digamos ”que Dios nos ayude” porque él desea ayudarnos.