Me gusta decirles a mis amigos que aparte de escribir libros, editar obras de otros autores y dar conferencias yo soy traductor de la Biblia.
Inmediatamente me preguntan: ¿Pero tú sabes hebreo, sabes griego? “No sé nada de esos idiomas, pero para las traducciones que hago no se necesitan esos idiomas”. ¿Y qué traduces? Entonces me gusta explicarles: “A mí me gusta traducir la Biblia a la vida”.
Como habrán notado quienes me han escuchado o me han leído, me gusta enfocarme en la vida del cristiano. Y en lo posible ayudarlo a vivir con sabiduría. Insisto con algo que siempre repito: Estoy seguro qué cuando lleguemos al cielo, San Pedro (el portero eterno) no nos hará “sacar una hoja” para pedirnos que respondamos bien diez preguntas de teología para entrar al cielo. Él nos tomará el pulso…si hay vida, «adentro».
Vaya este prólogo entre gracioso y sincero para contarles algo muy cortito que espero deje pensando a alguien.
Con mi esposa Hilda no tenemos los fondos en el banco que quisiéramos, nunca hemos comprado una casa de veraneo como quisiéramos, ni tenemos un auto lujoso y no somos de viajar a Europa todos los años como quisiéramos (por supuesto no tiene nada de malo poseer todo esto siempre y cuando se crea que no importa tanto lo que uno tiene sino lo que uno hace con lo que tiene).
Redondeo la idea con dos renglones más: Creo que con Hilda somos felices porque hemos entendido algo capital: que la vida no consiste en tener lo que uno quiere, sino en ser lo que Dios quiere que seamos.