Siempre le doy gracias a Dios por haberme permitido nacer y vivir 18 años en un pequeño pueblo de Santa fe: Laguna Paiva,
en Argentina.
Allí me gradué de muchacho simple, que son los que creen en las dichas no compradas, los que saben que lo mejor de la vida es gratis. Fueron gratis la rayuela, las calles de tierra, la pelota de trapo, salir a cazar pajaritos, remontar el barrilete, tomar la leche en la casa del amigo…
Por eso hoy puedo sentirme profundamente gratificado y feliz por cosas tan simples como poder buscar a mis nietas a la salida de la escuela…por los mates con menta a las cinco de la tarde con Hilda…por poder ir caminando a abrazar a mis tres hijas en sus casas…por los seis meses de vida de Brunita, un pimpollito que llegó para hacernos más felices…por esos tres tipos geniales que son mis yernos…
Cómo explicar lo feliz que me hace volver a casa. Ubicarme en un sillón con un libro en la mano. No tener problemas con la
envidia de algún vecino. Haber aprendido a no complicar la vida, porque, como dijo alguien, es sencillo hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil hacer que sean sencillas.
Y, sobre todo, le doy gracias por la fe en Cristo, porque tengo la certeza de que teniéndolo a Él nunca habrá pobreza de ninguna naturaleza.