«Abandoné finalmente el cristianismo cuando tenía 15 años», escribió el ateo Richard Dawkins en [Cómo superar a Dios: guía para
principiantes]. Dawkins tenía la esperanza de alcanzar a la generación emergente con las buenas noticias de que no necesitan la religión.
En las décadas que siguieron al movimiento del Nuevo Ateísmo, uno podría pensar que ese fue el único mensaje que comenzó a escucharse desde el mundo académico. Pero eso nunca sucedió.
Se suponía que la creencia religiosa menguaría a medida que la modernización arrasara el mundo. Pero no sucedió así. Se suponía que ser un académico de clase mundial y a la vez un cristiano ortodoxo serio no sería posible. Pero no es así. Se suponía que abandonar la religión haría a la gente más feliz, saludable y moral. Pero no lo hace. De hecho, aun Dawkins ha tenido que reconocer la evidencia de que las personas que creen en Dios parecen comportarse mejor que aquellos que no creen.
En términos generales, la creencia y la práctica religiosa parece ser buena para la sociedad y para los niños. En un artículo para The Wall Street Journal en 2019, la terapeuta Erica Komisar dio este provocador consejo: «¿Usted no cree en Dios? Miéntales a sus hijos».
Komisar no estaba adivinando a ciegas. Cada vez hay más evidencia de que la práctica religiosa regular es considerablemente buena para la salud, la felicidad y benéfica para el comportamiento social de nuestros hijos. En un estudio, la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de Harvard descubrió que la práctica religiosa contribuye a un amplio rango de consecuencias en la salud y bienestar en etapas posteriores de la vida.
Por supuesto, nada de esto quiere decir en sí mismo que creer en Dios sea lo correcto, o que el cristianismo es cierto. Sin embargo, debería llevarnos a hacer una pausa antes de asumir que nuestros hijos están mejor sin la religión.
Si esta información resulta desafiante para los padres no religiosos, entonces el interés decreciente en la religión (por lo menos en
Occidente) debería ser preocupante para los creyentes. Así como la evidencia sobre los beneficios de la crianza en un contexto religioso es abundante, también las corrientes culturales están alejando a los niños del muelle de la religión. Entonces, ¿qué deberían hacer los padres, abuelos y tutores de todas las posturas de estos grandes debates? Sean cuales sean nuestras creencias acerca de Dios, hay algunas cosas sobre las cuales estoy segura de que estaremos de acuerdo: todos nosotros queremos que nuestros hijos sean felices, que gocen de buena salud, que estén llenos de propósitos y que sean buenos. Pocos de nosotros querríamos mentirles a nuestros hijos, especialmente sobre nuestras creencias más profundas. Queremos que conozcan la verdad.
Pero también queremos protegerlos de todas las mentiras que puedan aparentar ser convincentes. En lo más profundo de nuestro interior sabemos que hay una tensión: para mantener a nuestros hijos realmente a salvo en el futuro, debemos dejar que asuman los riesgos ahora. Sabemos bien que esto es cierto cuando se trata de habilidades prácticas. Los bebés no aprenden a caminar a menos que dejemos que se caigan. Los niños no aprenden a montar una bicicleta a menos que los dejemos a merced de un tambaleo o dos. Un adolescente al que no se le confió una bicicleta no estará listo para un carro.
Entonces, ¿cómo se traduce esto al campo de las ideas? Para algunos padres, proteger a sus hijos de ideas peligrosas es algo imprescindible.
He escuchado esto tanto de cristianos que no quieren que sus hijos sean expuestos al ateísmo, como de ateos que no quieren que sus hijos sean expuestos al cristianismo. Incluso he escuchado esto de padres que piensan que son de mente abierta cuando animan a sus hijos a explorar diferentes tradiciones religiosas. Para este tipo de personas, la idea verdaderamente peligrosa es que una de estas religiones sea de hecho verdadera. Quisiera presentar un enfoque diferente. En vez de proteger a mis hijos de ideas divergentes, o de animarlos a afirmar todas las creencias igualitariamente, quiero equiparlos para tener conversaciones reales con personas reales que piensen diferente a lo que ellos creen, o a lo que yo creo. Quiero que aprendan a escuchar
bien y cómo cuestionar lo que oyen.
No quiero que mis hijos crean en Jesús solo porque yo lo digo, o solo porque es la religión más grande y étnicamente diversa del mundo.
Quiero que vean a Jesús por ellos mismos y que crean que lo que Él dice acerca de sí mismo es cierto.
Por Rebeca Mclaughlin / Traducción por Sofía Castillo