Una historia muy antigua cuenta acerca de un rey a quien una pena muy amarga le devoraba el corazón. Continuamente suspiraba por la felicidad que no conocía, aunque tenía muchas riquezas y diversión en su enorme palacio. Sus consejeros trataban de ayudarlo con sus palabras de aliento. Por fin el consejero más anciano le dijo: «Yo sé dónde está la cura de su mal; es necesario que busquemos en el reino al hombre más feliz, le pidamos su camisa y tan pronto su majestad se la ponga, se acabará su angustia y obtendrá la felicidad».
Los mensajeros fueron por todo el reino buscando al hombre más feliz para despojarlo de su camisa. Después de mucho viajar, un día encontraron a un campesino cantando una canción que proclamaba que era muy feliz. ¡Ese es nuestro hombre!, exclamaron. Fueron hasta donde estaba el campesino, pero para sorpresa de todos ellos, aquel hombre feliz era tan pobre que ni camisa tenía.
Algunos creen que la felicidad es un estado de ánimo, y pretenden encontrarla en la euforia de la borrachera, de la droga o en lo vertiginoso de la vida. Para otros, la felicidad es la satisfacción de todos los deseos y, como están insatisfechos, se sienten casi siempre tristes. Sin embargo, aprendí que la felicidad es como un regalo colateral del que solo disfrutan quienes ponen el centro de su vida fuera de sí. A diferencia de los egoístas que solo piensan en sí mismos y en su satisfacción personal, por eso nunca alcanzan la felicidad. Creo firmemente que, en vez de ser un derecho, la felicidad es un deber.
Elsa trabajó como misionera entre los pigmeos de África durante veintidós años rodeada por el calor abrasador y la humedad de la sabana africana. En un viejo diario de su madre, Elsa descubrió la receta para la felicidad:
Luego de estas palabras Elsa encontró la forma de ser feliz: Sus ojos se posaron en la eternidad. Sus mañanas le pertenecían a Dios. El enfoque de Elsa estaba en lo eterno, y en quienes estaban a su alrededor. Ese enfoque le permitió hallar la felicidad en su interior.
El apóstol Pablo hizo una declaración asombrosa: «No es que haya pasado necesidad alguna vez, porque he aprendido a estar contento con lo que tengo. Sé vivir con casi nada o con todo lo necesario. He aprendido el secreto de vivir en cualquier situación, sea con el estómago lleno o vacío, con mucho o con poco. Pues todo lo puedo hacer por medio de Cristo, quien me da las fuerzas.» (Filipenses 4:11-13 NTV).
En todo tiempo, en toda circunstancia, Cristo quiere proveer las fuerzas que necesitamos para vivir contentos. Por esa razón, creo que la felicidad no está en nuestro propio ombligo ni en nuestro «derecho egocéntrico de ser feliz», sino que nuestra felicidad está en lo que hacemos por el otro. Creo firmemente que la felicidad es un estado del corazón que aprendió a vivir en contentamiento, y que no piensa en sí mismo sino en los demás. Por lo tanto, puedo afirmar que la felicidad no es un derecho sino un deber para aquellos que hemos conocido la maravillosa gracia de nuestro Dios.
Gisela Sawin