Creo, sin una pizca de duda, que, como cristianos, tenemos el antibiótico que necesita esta sociedad enferma. Pero debemos reconocer que lo usamos muy poco.

Si usted abre bien los ojos y presta atención a lo que pasa en su vecindario, va a descubrir que está rodeado de mucho dolor humano.

Hay una anciana que se quedó sola al fallecer su compañero y se ha enfermado de tristeza. Cruzando la calle vive una familia, con tres hijos pequeños, tratando de sobrevivir porque el jefe de ese hogar se quedó sin trabajo. Al lado de su casa están por desalojar a dos hermanas mayores que ya no pudieron cumplir con el alquiler. 

Y los casos siguen. Aunque hay vecinos que sonríen al saludar, más de uno sufre una tremenda depresión.

Tenemos la lámpara que puede alumbrar en la oscuridad. Tenemos el GPS para ayudar a otros a encontrar el camino. Llevamos adentro nuestro al Dios que puede vencer todos los dolores humanos…pero seguimos inactivos, indiferentes, como si no tuviésemos nada para compartir. Conformándonos con muestra propia salvación. Sin darnos cuenta nos hemos vuelto egoístas.

Más de uno dirá: “Yo no puedo erigirme tampoco en salvador de la humanidad”. Recuerda esto querido hermano o hermana en la fe: desde el mismo momento en que accedemos a la conversión, ya contraemos un profundo compromiso con las necesidades de nuestro prójimo. 

El Señor califica a ese accionar solidario nada menos que con la más alta categoría: “No hay mandamientos mayores que estos: amar a Dios y amar a la gente” (Mateo 22:36-40).

Estamos presos de la comodidad. Tenemos vergüenza de exponer nuestra fe. Pensamos que nos pueden tomar como raros y alejarse de nosotros. 

Las manos, la palabra y la sensibilidad de Dios son las nuestras. Él actúa por medio nuestro. ¡Y él quiere actuar, porque él es amor! Si nosotros no abrimos nuestras manos la generosidad del Señor no se verá. 

Sin nada de exageración. Alguien, al lado de su casa, está a punto de empuñar una pistola… Usted se la puede quitar y cambiarla por una Biblia.

“¡Despiértate, tú que duermes!” (Efesios 5:14)