Lucas había derramado su taza de leche sobre el mantel de la mesa de la cocina.
Aunque solo tenía tres años, las constantes enseñanzas de su mamá parecían dar fruto. Resuelto a hacerse cargo de las
consecuencias de su torpeza, decidió limpiar solito lo que había ensuciado. Corrió a la puerta que llevaba al patio trasero de la casa, y de pronto se dio cuenta que afuera estaba oscuro.
El miedo lo detuvo, pero no quería demostrarlo. Al ver su madre lo que estaba ocurriendo, le dijo: «Lucas, recuerda que Jesús está en todas partes, aun en la oscuridad». El niño pensó por un momento, asomó la cabecita y gritó:
«¡Jesús, sé que estás ahí, por favor pásame el trapeador!».
Las palabras de una madre tienen un poder maravilloso sobre la vida de los hijos. Sus declaraciones y enseñanzas pueden cambiar el destino de un joven en conflicto. Con una simple palabra, puede aligerar el peso en el corazón agobiado de un hijo. Sus consejos pueden animar los sueños de una hija desilusionada por un amor no correspondido. Las palabras amorosas de una madre pueden cambiar el futuro de un hijo para toda su vida.
Las palabras son la fuerza más poderosa de toda la Creación. Cuando Dios creó al mundo y todo lo que
hay en él, lo hizo con palabras. Por esa razón debemos aprender a usar este invalorable regalo que Dios nos ha dado. Y
por ello nos enseñó que: «La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus
frutos» (Pr. 18:21).
A las mujeres nos encanta hablar, pero qué contenido tienen nuestras palabras, nunca debemos olvidar que aquello que digamos siempre dará fruto, puede ser dulce, pero también puede ser amargo.
Cuántos hijos abandonan sus sueños porque no tuvieron a nadie que los animara y aconsejara.
Desde el momento en que un niño sale de la seguridad del vientre, es modelado por las palabras de una madre. Con los ojos puestos en su bebé, la madre arrulla, consuela y estimula a su hijo que la mira con amor, curiosidad y expectativa.
Cuando nuestros hijos nacen, creemos que la vida será larga y que tendremos mucho tiempo por delante para formar su vida a través de nuestras palabras, nuestras enseñanzas y nuestros consejos. Sin embargo, les aseguro que la vida pasa rápido, y en un abrir y cerrar de ojos encontrarán hombres y mujeres listos para lanzarse a vivir su propia experiencia. Lo
único que llevarán en sus bolsillos serán sus palabras, sus consejos sabios y sus abrazos.
Todo lo demás quedará en una foto memorable de algún portarretratos. Lo único que forma el carácter de un niño son las enseñanzas sabias de una madre con temor y amor de Dios.
Acepte el privilegio que ha recibido de formar una vida y prepararla con sabiduría para enfrentar un mundo lleno de oscuridad. Y que al momento de salir por esa puerta, no surja el temor, sino que siempre recuerde sus palabras: «Hijo, Jesús está en todas partes, aun en la oscuridad». ¡Bendiga a sus hijos siempre y le aseguro que algún día, comerá de sus frutos!